A orillas
del río Tajo
Por Ángeles Heim
Sus
pasadizos y muros rocosos dieron cobijo durantes siglos a tres culturas muy
disímiles entre sí, la cristiana, la judía y la musulmana. Hoy, los cimientos
centenarios y sus adoquines gastados nos cuentan la historia de convivencia de
ese crisol de castas.
Declarada
Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1986, la ciudad de Toledo, se erige sobre un peñón pedregoso a orillas
del río Tajo en la región de Castilla-La Mancha de España, a escasos 70
kilómetros de su capital, Madrid. El río Tajo va serpenteando y sus meandros
dibujan las curvas naturales que rodean la entrada a la villa toledana.
Al
adentrarse, los rincones pintorescos proporcionan la sensación de encontrarte
sumergido en el medioevo y hasta resulta fácil imaginar el paso de carretas
entre los transeúntes, de caballeros andantes montados en sus alazanes, o el
ruido de los martillos de los artesanos y curtidores trabajando el metal, las
pieles y la madera, e incluso las mismísimas murallas con guardias reales
custodiándolas cual fortalezas de príncipes… Mientras, la ciudad te inquieta y
a la vez te inspira.
Cuando
eres turista recorriendo una metrópoli nueva, con guía y cámara en mano, tu
brújula ideal siempre será el típico mapa ilustrativo que te brindan en las
oficinas de información turística, pero en este caso lo mejor que te puede
suceder en Toledo es perderte entre sus callejuelas estrechas, sus pasajes pétreos
y los cobertizos medievales, en un sinfín de recovecos repletos de encanto,
casi poéticos.
Entretanto,
en medio del paseo sin rumbo fijo dejándose llevar sólo por los pies y los
sentidos, es posible descubrir tesoros culturales de esta milenaria urbe que
constituyen un legado invaluable. El Islamismo por ejemplo, ha dejado una
huella inconfundible en la cantidad de mezquitas que adornan el casco
histórico. Por su lado, del linaje cristiano esta ciudad ha heredado una decena
de conventos e iglesias. Y con las sinagogas queda el testimonio arquitectónico
de la presencia del pueblo judío.
En
el centro, una de las visitas turísticas obligadas es a la Catedral, que se
erige elegante en el epicentro urbano como uno de los monumentos góticos más
importantes de la región. Otra de ellas, es al Castillo de Alcázar -una mole
rectangular que sobresale solitaria en el horizonte-, al Monasterio de San
Sebastián y a la Puerta Bisagra, considerada hace varios siglos atrás como el
acceso principal al poblado.
Entonces
llega la hora del apetecible café en alguna taberna de por ahí. La recompensa
del caminante: acompañarlo con alguna delicia de mazapán, que se caracteriza
por ser un dulce compuesto por almendras y azúcar. Cuenta la leyenda que en una
ruda época de hambruna surgió de la creatividad de unas monjas del Convento de
San Clemente. Con el paso de los años se convirtió en un alimento típico de la
región y hoy es ya un símbolo de la ciudad.
Luego,
sigilosa la luna va haciendo su acto de presencia en lo alto y las murallas le
permiten reflejarse en sus majestuosas fachadas rocosas. El río Tajo se
convierte en un delicado espejo negro y las callecitas van iluminándose de a
poco. Así, luego del improvisado viaje por la villa toledana, la noche cae
tierna indicando la hora del regreso a casa.
Toledo es un lugar al que deseas volver siempre que puedes, y de noche, la ciudad iluminada es preciosa! Ya te imagino asomando tu nariz tras los escaparates, (sin perder detalle), viendo todas las piezas de Damasquinado...
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